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.. Nos encontramos en el vigésimo primer año del reinado del Glorioso Emperador Hantei XXXVIII, año 1124 de la Rata según el Calendario Isawa..
Est carta llegó en el cuarto día del Mes del Caballo a nombre de Kanjiro Atsukiya en la provincia de Iwarami..
Hace calor, como cualquier otro día de verano mientras escribo esta carta. Dada mi condición de Guardían de la Puerta del Consejo debo tenerle un detalle muy preciso de lo que sucede día a día a lo largo de este corredor del Palacio de los Isawa. Como bien sabes, este trabajo, aunque no es muy bien pagado, ostenta una posición de prestigio entre los samurai ordinarios.
Recuerdo que cuando me llamaron con la noticia estaba de servicio, y aunque muchos hubieran pensado que esto no era mejor trabajo para un guerrero que ser mozo de caballeriza o jefe de cocina, os debo decir que es un trabajo es de lo más pacífico que hubiera querido. Por fin puedo decir que comprendo las palabras de mi padre cuando decidió dejar las espadas y tomar el hábito, pues el ambiente aquí es de completa paz.. o lo era.
Os habréis enterado por las malas lenguas que los Isawa se están debilitando, que están angustiosos y desean hacer la guerra, quehan perdido el rumbo y están completamente locos, pero no es dejéis engañar tan fácilmente o también creeré que sois una persona de poca valía.
Sucedió aquella noche cuando el viento azotó desde el este, la misma noche del tifón en Hayashiwa.
Estaba fresco y se habían caído algunas frutas de ciruelo al comenzar la mañana, pues yo comencé el día lustrando mis armas y tratando las placas de mi armadura ya que me había levantado algunas horas antes de que lo hicieran los sirvientes del Palacio y afuera aún estaba demasiado oscuro como para que alguien estuviera en pie.
Luego de darme un rápido baño matutino fui a buscar a un sirviente para que me ayudase con la colocación de mi armadura para estar listo a la hora del gallo para mi turno por la mañana.
En ese instante se me acercó un sirviente por la espalda y me ofreció su ayuda sutilmente. Sin mirarle asentí aunque un poco intrigado pues su tono de voz no me sonaba dentro de los sirvientes de la cuadra, pero cuando hubo terminado me dijo que debería tener más cuidado con quien tratase y que no bajase la guardia.
Rápidamente me volví para encarar a un sirviente tan lengua suelta como el, y para mí sorpresa, quel sirviente no era tal sino que aquel hombre era el mismísimo Isawa Tomo!!
No os puedo explicar la vergüenza que sentí al darme cuenta de mi gravísima falta y le solicité inmediatamente hacerme el seppuku, más el hombre objetó que su memoria era débil y no recordaba el instante en que yo le había ofendido, pues solo había cumplido su capricho de niño al permitirle acomodar mi armadura.
Aún temeroso por la reprimenda y avergonzado por mi falta me atreví a preguntarle su podría servirle de algo para recuperarme de la ofensa anterior, pero el me dijo que siguiera cumpliendo con mi labor hasta el fin de mis días sin vacilar. Sus palabras sonaban a despedida pues la melancolía se arrancaba entre cada espacio que el dejaba aunque no me atreví a preguntarle el motivo de las mismas.
Llegó la hora de la cabra para cuando yo estaba saliendo de mi primer turno y había llegado Norachai, el primogénito de la casa Kaiten, el llamado Prodigio de los Vientos para relevarme en mi labor.
Luego de los saludos y cortesías de rigor, me preparaba a retirarme cuando observé a Heian Yoshiku con la frente en el piso. Por poco y no alcanzo a reaccionar ante la llegada de los Maestros y mi frente tocó las suaves maderas del corredor final justo cuando el Maestro de Fuego daba el paso frente a mí. Me pareció que hizo un leve incapié en mi negligencia, pero continuó su paso pues la reunión debía de ser urgente por el rápido avanzar de los Maestros.
Una vez hubieron cruzado las puertas, estas se cerraron como tantas veces y Yoshiku-sama se dirigió ante mí.
- Raijuuta-san, todo bien¿?
- Hai! Yoshiku-sama..
Inmediatamente quise preguntarle cual era la prisa de los Maestros pero me contuve sabiendo que mis palabras no serían lo suficientemente cautas y preferí guardar silencio.
En ese mismo silencio me retiré del corredor.
Pasé el resto del día en el Dojo para la clase diaria de Kawami-dono con la Naginata y para continuar nuestro desafío con Kaiten Norachai, el llamado Prodigio. Era el quinto enfrentamiento de la semana y no había podido hacerle siquiera retroceder un par de pasos al chico. Es de decir que su técnica era admirable, además de ser apuesto y estar siempre atento al mandato de nuestros señores. Pero ese día me sentía más ligero y sentía que me habían bendecido las Fortunas por lo que comencé atacando inmediatamente y luego de un par de golpes, de un rápido movimiento cargué desde el piso y le golpeé la cabeza directamente. Fue la primera vez que conseguía golpearle y estaba seguro que la noticia de haber herido al Prodigio en combate singular os llegaría a los oídos antes que esta misiva, pero los sucesos que sucederían a continuación cambiarían el curso de esta.
Al regresar durante la noche para el último turno, Kadeta Honda me saludó con la misma falta de cortesía que le caracterizaba y me informó que los Maestros habían pasado todo el día sin aceptar a ningún sirviente y que no deseaban ningún visitante, ni amigo ni enemigo. Su turno era el más largo y quien había sido Guardián durante más años que todos, posiblemente estaría cansado de la rutina y ello se demostraba en cada gesto que expresaba.
Así sin importarme sus motivos me instalé para custodiar la puerta sin que nadie osará desobedecer las órdenes de los Maestros.
Se acercaba la hora del caballo, casi al finalizar la hora de la serpiente y dar fin a mi turno, cuando un solo hombre calvo y medio cabizbajo se acercaba por el pasillo, hacia la puerta. Estaba levemente encorvado y sus ropajes no mostraban ningún lujo especial, así también, avanzaba completamente empapado por el corredor dejando sus chapoteadas pisadas marcadas por lo largo del pasillo. tendría que haber llegado desde muy lejos, porque en las tierras del Palacio no llovía hace varios meses.
Antes de que se acercara más le advertí que si no se retiraba, le cortaría la cabeza sin dilación, pero el hombrecillo continuó avanzando.
Desenfundé a Tokachiro, la espada de mi abuelo y la que portaba el primer Kanjiro y cargué contra el hombre, decidido a cortarle su cabeza por la falta de respeto que mostraba, pero en el instante en que la hoja descendía hacia su garganta el hombrecillo alzó dos profundos ojos azulinos que me traspasaron el alma como si el poderoso tifón de Hayashiwa no fuera más que una gota minúscula frente al mar.
Mi espada cayó pesadamente al lado enterándose entre las rendijas mientras mis rodillas se doblaban. A duras penas pude darme vuelta en el piso mientras el hombrecillo avanzaba, y aunque estaba profundamente aterrado por la falta grave a mi deber, no podía hacer más que agarrarme las ropas y dejar que las lágrimas resbalasen por mi cara.
El hombrecillo abrió las puertas de par en par cuando su voz, que parecía escondida bajo las olas, ordenó a los espíritus guardianes que se apartaran.
Las puertas se cerraron incólumnes trás el.
Cuando el salió, luego de unos breves minutos, yo aún seguía paralizado y postrado en el piso del corredor. El hombrecillo me sonrió con unos ojos dolorosos de muerte y se alzó por los aires como si una gran fuerza lo alzara a los Cielos para llevárselo y no devolverlo jamás.
He fallado dos veces a mi misión en un sólo día y eso no es algo que un Kanjiro pueda permitirse.
Ya he pedido el permiso y para cuando esta carta llegue a vuestras manos, la mancha de mi falta de voluntad no pesará más en los hombros de nuestra familia.
Sabed siempre hermana mía que aunque he fallado y fracasado en mi deber os estaré vigilando y protegiendo desde los mismos cielos si es necesario.
Tened fuerzas! Confiad en las fortunas y en la guía de los Maestros.
Kanjiro Raijuuta, Señor de los laureles. Primogénito de la casa Kanjiro |
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